Revista Latinoemerica de Poesía

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“La ciudad que me habita”: entrevista a Mery Yolanda Sánchez (Primera parte)



“La ciudad que me habita”
Entrevista a Mery Yolanda Sánchez

(Primera parte)

 

 

Por Laura Castillo y Henry Alexander Gómez

 

Es sábado 28 de enero. Caminamos por las entrañas del barrio La Candelaria, al centro de Bogotá; después de atravesar la plazoleta del Chorro de Quevedo ascendemos por una calle estrecha y nos paramos justo al frente de la casa. Mery Yolanda nos atiende con su sonrisa de siempre. Como muchos de los secretos del barrio La Candelaria, nos sorprende un bello patio de arquitectura colonial, rodeado de plantas de todo tipo. Es un pequeño paraíso. La casa es apenas un cuarto de dos plantas, muy acogedor, adornado por otro de los pasatiempos de la autora de La ciudad que me habita: las artes plásticas. Hay de todo, desde sillas hechas en Paper Mache, hasta objetos recogidos en la calle, rediseñados y pintados por el ojo firme de la poesía. Es el misterio de lo cotidiano. Luego de una amena charla y un buen café, iniciamos con la entrevista: 

 

 

Laura: A pesar de ser una pregunta obvia es necesario conocer ¿cómo fue su encuentro con la literatura y la poesía?

 

Mery Yolanda: Mi encuentro con la poesía, en una etapa inicial, no fue con la palabra escrita, fue con hechos poéticos. Esto ocurre en la niñez, a veces me sorprendía de hacer cosas que mucho tiempo después entendí de que se trataban. A partir de la observación siempre pasaban cosas, como lo que he contado repetidamente: mis hermanos, que siempre han gustado de la rumba, pintaron con carbón un radio en el poste de la luz -en la casa no teníamos uno-, todas las tardes iban al patio prendían el radio y bailaban, yo los miraba bailar y también escuchaba la música. Esa imagen tampoco la entendí, luego en la adolescencia me di cuenta que eso era un hecho poético, que había ocurrido en colectivo, para ellos era natural escuchar una música inexistente y bailar. En ese momento empecé a ser observadora, por eso nunca aprendí a bailar, porque aprendí a observar.

Así me pasaba con todo, con los juegos, con la construcción de cosas; recuerdo que tenía una casa de palomas, un día las saqué y me fui a vivir allá, la organice para mí y me acostumbre a vivir allí. Eso era poesía. Afuera de esa casa construí un carrito de madera, recogía cosas en los basureros y las reciclaba. Mis sobrinas, que eran contemporáneas en edad, se subían al carro y yo les enseñaba a viajar; todos en mi familia se volvieron cómplices, por ejemplo, si mi mamá iba a extender la ropa me decía que “no fuera a dar reversa”. Todos eran cómplices y se llenaban de esa energía en esa casita; a veces los encontraba durmiendo allí, decían que era muy fresco, yo sabía que esa frescura era energía.

Todo eso lo fui racionalizando a medida que iba creciendo, esos fueron mis primeros hechos poéticos.

Luego empecé a leer libros que llevaban mis hermanas a la casa, recuerdo un libro que se llamaba El defensor tiene la palabra del escritor Petre Bellú, es un libro que me llamó mucho la atención porque era sobre la justicia, curiosamente me tocó leerlo desde la página 18, por que le faltaban las primeras hojas. Yo tendría ocho años. Cuando me vine a vivir a Bogotá compré ese libro en una nueva edición y me enteré que, en ese momento, se leía en las facultades de derecho. Se enseñaba derecho y literatura a través de ese libro, ahí entendí muchas cosas.

Me encontré una vez El proceso de Kafka, lo leí completo a los 10 años, por supuesto,  entendí muy poco. Había muchos libros que mis hermanos utilizaban en sus clases, ellos eran profesores. Leí mucha narrativa, autores como Soto Aparicio, libros que estaban a la mano.

En la adolescencia entré a un grupo de teatro, me gustaba el ambiente y viajar a otros municipios. Los directivos se inventaron unos intermedios, en los cuales yo salía declamando poesía. Recuerdo recitar a Neruda y otros poemas tradicionales como “Reír llorando” y “El duelo del Mayoral”.

En esos momentos también leía poesía francesa y alemana, sin embargo, nunca me permitieron leerlos en esos intermedios, me decían que la gente no iba a entender. Ahí entendí lo complejo de la literatura, a pesar de que me gustaban más estos poetas, sólo podía recitar lo tradicional.

 

 

Henry: ¿Cómo fue el proceso de escritura de tu primer libro La ciudad que me habita y su posterior publicación?

 

Mery Yolanda: Por una época muchas de las actividades culturales en Bogotá eran apoyadas por el Partido Comunista,  en las marchas y  huelgas se invitaba a músicos y poetas, en esos eventos uno leía dos o tres poemas inéditos. Si uno tenía dinero sacaba fotocopias o armábamos folletos y los vendíamos en las marchas o en los bares. Luego, un día cualquiera, en el Instituto León Tolstoi, las personas me empezaron a decir que “ya no más folleticos, que sacara un libro”. En ese momento me decidí, empecé a escoger los poemas, tenía como doscientos diez, una amiga me ayudó en la selección. El libro lo armé en máquina de escribir, aún lo conservo, desde ahí tenía el título: La cuidad que me habita. Tenía  una portada terrible, una imagen de Armero destruida, por supuesto, no quedó.

Posteriormente, una prima me prestó un dinero para publicar el libro, el cual empecé a vender en bares y festivales culturales y artísticos, así salió La ciudad que me habita, en 1989.  El lanzamiento fue el día siguiente al asesinato de Luis Carlos Galán, en un festival de Voz Proletaria en el Estadio el Campín. Estos eventos eran muy buenos, tuve la oportunidad de  leer con Luis Vidales, se hacían documentales sobre los festivales y, por ende, se iba dando a conocer mi poesía.

 

 

Henry: ¿Y cómo fue el proceso de escritura?

 

Mery Yolanda: El ejercicio de llegar a la poesía estuvo precedido de muchas cosas, en el colegio hacíamos truque, yo realizaba las tareas de español de mis compañeros y a cambio ellos me hacían los trabajos de dibujo técnico. Luego trabajé con políticos de izquierda, haciéndoles discursos;  con abogados como secretaria y en una emisora en El Espinal, Tolima, redactando noticias. Todo eso alimentó mi proceso de escritura.

La poesía ya estaba en mí desde el momento en que empecé, con mi oficio de observadora, a ver más que los otros.  Seguí escribiendo de manera alterna a mis labores,  amontonando cosas. A veces me sorprendía, me preguntaba: “¿yo escribí eso?”, textos que ni siquiera había que re-trabajarlos. Todo alimentado por la lectura.

 

 

Laura: Desde 1989, fecha de la publicación de La ciudad que me habita, han pasado 28 años, ¿cómo ha cambiado su percepción acerca de la escritura, la literatura y la poesía en general?

 

Mery Yolanda: Por supuesto he leído más, fui librera por cinco años y eso me permitió conocer mucho de literatura colombiana y latinoamericana. Leo todo los que me encuentro. Contextualizo todo lo que leo, desde cada ángulo, siempre he estado muy atenta a lo que pasa a mi alrededor, en mi entorno, mi cuidad y mi país.

 

 

Henry: Y ¿cree que ha cambiado la literatura colombiana en esos casi treinta años?

 

Mery Yolanda: Hasta el momento no me he encontrado con cosas sorprendentes.  Por ejemplo, una narrativa con poesía, no veo nuevas propuestas. Me he dado cuenta que la “gran literatura” de la que se habla es sobre todo la histórica, se sigue recreando lo que pasó hace 100 años y muy pocos quieren ver lo que está pasando en el presente. La narrativa ahora es muy plana, casi que es un pecado que tenga un poco de poesía.

 

 

Henry: Indudablemente una de las características de su obra es la reflexión acerca de la violencia, a nuestro parecer la suya es quizá la única voz poética que logra plasmar de una manera honesta y acertada, desde el punto de vista estético, esta característica de nuestra historia, sin desconocer por supuesto algunos poemas que guardan relación con el tema.  En ese sentido, quisiéramos saber ¿por qué el tema de la violencia es la columna vertebral de su poética?

 

Mery Yolanda: Yo siempre he culpado a mi padre, quien fue gaitanista en un pueblo conservador. Lo persiguieron muchas veces, lo alcanzaron a subir en un camión para llevarlo al río en donde solían dispararles a los liberales. Por suerte mi madre venía de una familia conservadora y tenía a quien llamar para salvarlo.

Mi padre nos ponía a hacer ejercicios de lectura en voz alta, leíamos sobre la guerra de Vietnam. Otras noches, se acostaba en una barbacoa de guadua a contarnos historias de su vida como perseguido político. De mis hermanas escuchaba historias de “Sangre Negra”, “Efraín González”, yo creo que desde ahí se desarrolló en mí una necesidad de atender ese tipo de temas. 

 

 

Laura: No podemos dejar de lado el inmenso trabajo a lo largo de su vida en la gestión cultural y en la apertura de espacios como “Poesía en escena” ¿qué lecciones y anécdotas tiene de esa labor?

 

Mery Yolanda: “Poesía en escena” nace como una necesidad, siempre que uno asistía a recitales el poeta leía y se iba, no había un diálogo con el público, no había un encuentro con otras artes. Yo había estado vinculada al teatro, la música por supuesto siempre estaba presente, también la pintura desde la observación, la construcción de cosas…, el objetivo era montar un espectáculo en donde estuviera el poeta de viva voz y hubiera un diálogo entre el público y el poeta y otras artes.

Tengo muchas anécdotas. Primero, que hay gente que se sostuvo conmigo los 20 años del proyecto, a nivel humano aprendimos mucho.

Anécdotas bonitas, como cuando asistieron cerca de dos mil personas al Colegio Rodrigo Lara Bonilla de Ciudad Bolívar, en un coliseo deportivo, fue una cosa única en Bogotá, el evento duro cerca de 4 horas. En esta oportunidad tuvimos a William Ospina, Santiago Mutis, una bailarina, dos gestores culturales, entre ellos, Javier Huérfano, que también escribía poesía.

Hicimos eventos en los que participaron autores como Mario Rivero y María Mercedes Carranza. También realizamos muchas cosas experimentales, pero siempre tratando de conservar el hecho poético con respeto.

 

 

Henry: ¿Cómo alternar la escritura y la gestión cultural?

 

Mery Yolanda: Trabajar con lo que se ama siempre es bueno porque uno termina amando el trabajo, y si es remunerado pues mucho mejor. En el caso de “Poesía en escena” casi siempre tenía que trabajar en otras cosas, muy pocas veces recibí apoyo estatal.  Nunca aprendí, ni mi equipo, a hacer gestión para buscar recursos.

A pesar de todo es bonito y quedan cosas bellas, por ejemplo, en 1996 se hizo por primera y única vez “Poesía al Parque”, en ese momento yo era asesora de la Coordinación de Literatura en el distrito, Berta Quintero era Subdirectora de Prácticas Artísticas en la alcaldía de Antanas Mockus, había seis áreas artísticas con presupuesto y equipo propio. Como ya existían eventos al parque, surgió la pregunta de ¿por qué no hacer “Poesía al Parque”?

Desde adentro logré que se hiciera, se realizó en el Parque de la Independencia, asistieron más o menos seis mil personas. Solo se hizo esa vez porque hubo cambio de Alcaldía y esta propuso acabar los eventos al parque. Los únicos que tuvieron quien recogiera más de doscientos mil firmas para continuar con el proyecto fueron los de Rock al Parque.  No hubo dolientes para la poesía.

Haber hecho eso como contratista del distrito fue muy interesante, también visitamos colegios distritales motivando a los profesores de español para que incentivaran ejercicios de escritura con los niños, llevamos escritores a los colegios, autores como R. H. Moreno- Duran, Juan Manuel Roca, Óscar Collazos.

También hicimos un concurso en las veinte localidades de Bogotá, de allí salieron ocho poetas jóvenes, que participaron en “Poesía al Parque”, entre ellos recuerdo a Sandra Uribe y a Federico Díaz Granados. Invitamos a Gabriel Peña de España y al grupo María Sabina que dirigía Beatriz Castaño, quienes musicalizaban poesía, tuvimos a los seis poetas más representativos del país.

 

 

El día jueves, la segunda parte de esta entrevista. 



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